marzo 20

El valle de las espinas del emprendedor

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     —Pablo, lo voy a hacer. Voy a ser mi propio jefe. Se acabó aguantar más a mi jefe al que llevo haciendo rico muchos años sin que me valore. Voy a cumplir mis sueños, estoy decidido, rompo las cadenas de mi vida, mi rutina de 5 a 9— Pedro estaba emocionado contando a su amigo toda la retahíla de frases que llevaba leyendo en imágenes de motivación, vídeos y stories de Instagram.

Como buen héroe dispuesto a romper las cadenas de la esclavitud de un trabajo por cuenta ajena, buscó la capitalización de su desempleo, rellenó todas las instancias correspondientes para recibir sus subvenciones, se apuntó a todos los cursos de emprendedores gratuitos y siguió los itinerarios emprendedores de su oficina de emprendimiento de turno animado por los funcionarios de la misma que le hablaban de lo feliz y maravillosa que es la vida de un emprendedor.

Pedro estaba empezando a recorrer un camino, el camino de su vida. Y vaya, estaba disfrutando. ¿Por qué no se habría lanzado antes? El camino estaba bien empedrado, tenía césped a los laterales y le llegaba pulverizado el rocío del riego que se juntaba con una suave y agradable brisa.

Cada pocos metros había una fuente y un banco para pararse a descansar. La gente que se cruzaba en su camino le sonreía, qué narices la gente, ¡la vida le sonreía! Iba camino a conquistar el mundo y además hacía un día soleado que le subía el ánimo a los cielos.

     —Pero Pedro, ¿y si no funciona?— le dijo su amigo Pablo, preocupado por su futuro.

     —¡Eso es lo típico que dicen los trabajadores como tú para seguir atados a sus cadenas! Piensa que al final si no luchas por tus sueños, alguien te contratará para que luches por los suyos— respondió airado Pedro como recordaba de alguna frase de motivación que había leído hacía poco.

     —Bueno, si tú lo tienes claro, yo te apoyo.

Ambos brindaron con esa fría cerveza de un viernes por la tarde mientras planificaban el fin de semana. Iba a ser completo. Tenían almuerzo el sábado por la mañana, asado argentino que les iba a preparar su amigo Nicolás a medio día, cena del equipo de fútbol por la noche y fiesta hasta el domingo por la mañana.

Pero no pasaba nada, curarían la resaca con una buena merienda en la playa la tarde del domingo. Y lo mejor, es que Pedro no tendría que soportar el despertador del lunes para entrar a las 9 a su, ya antiguo, asfixiante trabajo.

¡Dedicaría el día a sus sueños!

Pedro seguía caminando por su emocionante carretera hacia la cima del éxito, que por cierto, debía andar lejos o el camino tenía alguna curva porque llevaba ya varias semanas caminando con el cielo muy despejado y hasta ahora no había rastro de esa cima. Sin embargo, los días seguían pasando y Pedro apenas se había dado cuenta de algunas cosas… el camino estaba empezando a empinarse en forma de ligera cuesta, lo que estaba cargando un poco sus gemelos.

Aparecían algunas nubes, las fuentes estaban cada vez más lejanas y ya no recordaba dónde estaba el último banco para sentarse a descansar. Pero bueno, Pedro ya sabía que el camino sería duro, así que no había problema, ¡estaba preparado para ello!

El viernes por la tarde, después de toda una semana recorriendo el camino, llamó Pablo.

     —¡Pedrete! Que esa cerveza no se va a beber sola… ¿dónde estás que hace una hora que te estoy esperando?

     —Pues se me está complicando un poco el viernes, ¡qué bien vivís los trabajadores que acabáis la jornada y os olvidáis de todo!

La semana se había ido complicando y a Pedro le faltaban algunas pequeñas tareas por terminar: actualizar el plan de negocio para enviarlo a un posible inversor, terminar de redactar un catálogo para un posible distribuidor, hacer 3 propuestas que tenía que enviar sin falta ese mismo día, preparar todas las facturas para enviárselas al gestor ya que era el último día del trimestre para presentar los impuestos, ordenar el almacén porque el lunes llegaba más mercancía y bueno, algunas cosas menos importantes pero que se habían acumulado en la lista de tareas. ¡Qué duro es ser emprendedor!

Las semanas iban pasando y los viernes rara vez solían estar libres, los sábados había que seguir con las tareas pendientes, incluso algún domingo necesitaba ocuparlo con aquellas cosas que a lo largo de la semana no había forma de abordar y eran urgentes ¡desde hacía un mes!

Para entonces, el camino ya estaba bastante escarpado, no había rastro de fuentes, el cielo estaba oscuro y habían sido varias tormentas las que habían calado a Pedro hasta los huesos.

La suave y agradable brisa se había convertido en un helado viento que nunca terminaba de amainar y además, el terreno estaba fuertemente deteriorado, al parecer, por las continuas riadas que ocasionaban los chubascos. Y entonces, una mañana de lunes… lo vio. Existía, era cierto. Pedro no podía creerlo… ¡es ese pico! ¡Es el éxito! Una vez llegue a esa cima, todo será diferente exclamó para sí mismo mientras aceleraba el paso motivado por divisar aquel horizonte.

Pero entonces, cambió la rasante y pudo verlo… aunque también había oído hablar de ello, ni en sus peores pesadillas había imaginado algo así. Bajó la vista y observó cómo el camino bajaba de forma escarpada hacia un profundo y oscuro valle. Todo estaba lleno de zarzas, había tramos en los que el camino parecía ser invisible, se escuchaban lamentos a lo lejos, algún grito desgarrador en lo más lejano, parecía todo cubierto de nieve y hielo. Realmente era aterrador… ¿qué podía hacer ahora?

Pedro se tiró en el suelo con una mezcla de decepción, agotamiento y frustración. Ya no quería saber nada de frasecitas ni vídeos de motivación. No recordaba los meses que llevaba sin esos fines de semana frenéticos de no parar, tampoco cuándo entró por última vez a trabajar tan tarde como cuando fichaba a las 9 en su trabajo o cuándo salió antes del anochecer.

No le importaba, porque al fin y al cabo, no podía gastarse demasiado dinero pues llevaba varios meses sin cobrar o apenas cogiendo algo de dinero para cubrir los gastos mínimos. Había cogido varios kilos, comer a deshora, generalmente comida rápida y procesada para tratar de cubrir la ansiedad de los últimos meses recorriendo el camino. No tenía tiempo para el gimnasio, tampoco le importaba porque no le quedaban energías cuando lograba encontrar el momento de poner fin a la jornada. Y en aquel momento, justo allí tirado, estalló a llorar. ¿Por qué tengo tan mala suerte? ¿Por qué no valgo para empresario?

El valle de las espinas es un paraje que tarde o temprano todo emprendedor atraviesa. Son muchos los que caen en sus puertas y agotados por lo recorrido deciden dar la vuelta y no atravesarlo. También son muchos los que entran y nunca salen de él. Pero si trabajas en ti, eres persistente, mantienes el foco y eres lo suficientemente paciente, lo atravesarás y, efectivamente, verás que al otro lado hay una vida de la que jamás querrás regresar. Porque ser emprendedor, es vivir unos años de tu vida como muchos no querrán, para vivir una vida como la mayoría no podrán.

Ánimo, levanta, sacúdete el polvo, no dejes de aprender del camino y entra en ese valle a pelear. Algo es seguro, cuando salgas, no serás la misma persona agotada y temerosa que un día entró en él.

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Álvaro Martínez

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Sobre el autor

CEO en Método Consolida. Emprendedor de corazón con 15 años de aprendizajes empresariales y deseando disfrutar otros tantos más con tantas o mejores aventuras como las vividas hasta ahora construyendo negocios desde cero, innovando y transformando sectores.


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Emprendedores, Reflexión, Relato


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